jueves, 11 de abril de 2013

Director de "La pasión de Michelangelo": "No es una película olvidable"

  La mano izquierda del supuesto profeta  se mueve lentamente y se detiene a centímetros de su cara. Su brazo derecho apunta hacia sus piernas, las que mantiene separadas con una leve inclinación. La imagen no es una postura natural, es claramente un intento por ser otra persona, por apropiarse de la delicadeza del David que creó Michelangelo. Aunque sea por unos instantes, el vidente de Peñablanca quiere convertirse en su alter ego, quiere dejar de ser Miguel Ángel Poblete para convertirse en un ser poderoso y supremo.

El cineasta nacional Esteban Larraín así construye su propia versión del personaje que dividió a los católicos en la década de los ochenta en "La pasión de Michelangelo", su segundo largometraje tras la introspectiva "Alicia en el país" (2008).

A diferencia de su ópera prima, esta vez el realizador quiso apostar por una historia atractiva para la audiencia masiva,  pero que le permitiese mantener su estilo al mando de la cámara. "Es cine de autor para gran público", dice sobre la producción protagonizada por Sebastián Ayala (Miguel Angel) y Patricio Contreras, quien da vida a un sacerdote que investiga las supuestas apariciones de la virgen en Villa Alemana.

La película se estrenará el próximo jueves en el país, casi cuatro años después de que Larraín viera un documental sobre el adolescente y decidiera escribir su primera sinopsis. "No tenía que ser una película sobre la verdadera historia de Miguel Ángel,  bien ceñida a lo que pasó, sino que tenía que ser una versión bastante libre de los hechos reales",  recalca el cineasta para aclarar que esta no es una biopic. "Debía que ser una versión que, en definitiva,  hablase de otras cosas, y que el tema de la fe quedara en un sentido amplio. Tenía que acercarse a temas como la manipulación, la sexualidad, la infancia y también a cómo se daba la relación entre la Iglesia y el gobierno".

Es este último factor el que entrega gran parte del contexto de la película. Los hechos presentados por Larraín dejan clara la participación de los militares en el montaje que se inició en 1983, cuando comenzaban a explotar las manifestaciones sociales en contra de la dictadura de Augusto Pinochet. No obstante,  lo hace sin el objetivo de "acusar" las estrategias de las Fuerzas Armadas por manipular a la ciudadanía.

"La película incorpora desde un principio la conspiración", apunta, evocando la primera escena de la cinta, cuando el personaje de Contreras -el padre Ruiz Tagle-,  conduce su vehículo rumbo al altar en que Miguel Ángel habla con la virgen, mientras escucha por la radio que se realizó una movilización en el país. "Pero no se trata de denunciar", continúa Larraín, "porque finalmente la película muestra cómo estos personajes se van transformando y van reaccionando ante si es verdad o no lo que ocurre", dice.  

Y es que a lo largo de la cinta el papel del sacerdote va cambiando, al igual que los personajes secundarios de la devota  Irma (Catalina Saavedra),  el ateo Modesto (Roberto Farías) y el protector de Miguel Ángel, el Padre Lucero (Aníbal Reyna). Aunque todos ellos atraviesan una transformación interior, la mayor es la del protagonista, quien pasa de ser un niño tímido y huérfano a un "casi hombre" con ambiciones, narcicismo y deseos sexuales.

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